A medida que haya mayor desconfinamiento y reactivación de la economía debe haber un aumento de casos que puede ser manejable, dependiendo de la responsabilidad de todos.
Por Carlos Arturo Álvarez Moreno, MD MSC PHD Coordinador Nacional de Estudios de COVID-19 ante la OMS y Vicepresidente de Salud de la Clínica Colsánitas
El 6 de agosto se cumplieron cinco meses desde la aparición del primer caso de COVID-19 en Colombia y han pasado cerca de ocho meses desde la descripción del brote en la ciudad de Wuhan (China). A pesar de la cantidad de información que ha surgido alrededor del tema, mucha de ella considerada infodemia (sobreabundancia informativa falsa y de rápida propagación entre las personas y los medios), hay varias verdades que ya conocemos, así como incertidumbres a las que nos enfrentamos.
Empecemos por las primeras, las verdades que ya conocemos:
Ahora bien, si pasamos a las incertidumbres, podemos enumerar algunas que son claves y para las cuales, infortunadamente, no tenemos respuestas:
Para entender estos interrogantes, permítanme introducir el concepto del “aplanamiento de la curva”. Inicialmente, se deben tener en cuenta diferentes factores que generan la curva en una región en un momento dado: la capacidad de transmisión del virus, la forma como se trasmite, la población susceptible, la cantidad de personas contagiadas, el clima, entre otros.
Por ello, en general, las estrategias que se realizan para mitigar el impacto del virus y aplanar la curva tienen como objetivo prevenir que todos nos infectemos al tiempo y que, ojalá, las personas con factores de riesgo ni siquiera lo hagan. La consecuencia de esta estrategia es evitar que el número de casos crezca sin control, es decir, “que esta línea no ascienda de forma acelerada” y, por ende, haya más enfermos de los que puedan ser atendidos adecuadamente por nuestro sistema de salud.
Las medidas sanitarias tomadas por los diferentes gobiernos, incluyendo el colombiano, (cerrar fronteras, colegios y universidades, evitar aglomeraciones, proteger a las personas mayores de 70 años, implementar el confinamiento estricto, etc.) tienen como finalidad disminuir la velocidad de la transmisión del virus SARS-CoV-2, el causante de la COVID-19. Hasta ahora, esas medidas han demostrado ser efectivas. Desde mi punto de vista, el éxito o fracaso de dichas medidas en el mencionado objetivo de aplanar la curva, reflejado en la tasa de contagio y la tasa de mortalidad entre los diferentes países, no solo depende de cuáles se tomaron sino también de en qué momento de la epidemia se hizo.
La Universidad de Oxford ha llevado a cabo un estricto seguimiento a las medidas tomadas por los gobiernos en la línea de tiempo y también a los efectos de dichas medidas en indicadores de tipo sanitario.
Lo anterior, sumado a las acciones colectivas tomadas por la comunidad en conjuntos residenciales, barrios o empresas, y a la disciplina en el autocuidado de cada ciudadano, es lo que ha determinado que la curva original esperada hubiera empezado a modificarse, dando lugar a la reducción del número de casos de las personas que adquieren el virus, de casos hospitalizados, de muertes y, por lo tanto, de la fuerza de propagación del virus; esto comparado con lo que se tenía proyectado si no se hubiesen tomado las medidas.
Es decir, se van a seguir presentando casos y personas fallecidas, pero muchos menos de los esperados si no se hubieran tomado medidas en momentos determinados. El modelo inicial para Colombia establecía un pico en mayo, con cerca de un millón de contagiados en un solo día y a su vez un número extremadamente alto de requerimiento de camas de cuidado intensivo (mayor a 50.000 camas). No obstante, sin llegar aún al pico, seguimos teniendo un número de entre diez a quince mil casos diarios y un acumulado de personas fallecidas que ya sobrepasaron los diez mil casos.
Por esto, en Colombia, es posible que no se llegue a “aplanar la curva”, sino que se logre que sea menos alta y más amplia en el tiempo. La idea no es llegar a un solo pico epidemiológico, o sea a la mayor cantidad de contagios y de muertes en un periodo de tiempo muy corto, sino a que haya un “minipico” que pueda ser más gradual y, a la vez, absorbido por el sistema de salud. Puede que después se presenten otros minipicos de menor magnitud, pero esto va a depender fundamentalmente de nosotros.
La manera de saber si estas medidas son adecuadas, de conocer el impacto de cada una de ellas, su duración y la forma de aplicación entre las diferentes regiones, desde el punto de vista sanitario, depende del análisis de variables que hemos escuchado frecuentemente, pero que a continuación me permito describir brevemente.
El número Rt –entendido como el número de reproducción efectiva– es el número de contagiados a partir de una persona infectada para un determinado tiempo; es decir, la velocidad con la que el virus se está propagando. Esta cifra cambia dependiendo de qué tan cerca estemos de las personas que adquirieron el virus y de qué tantas personas susceptibles haya a su alrededor. Se podría simplificar así: “entre más contactos haya con ellos, más va a aumentar este factor; entre menos, va a disminuir”.
En general, llevar el Rt a menos de 1 puede ser considerado un éxito epidemiológico, porque significa que una persona infectada no es capaz de contagiar a otra. Sin embargo, no es tan fácil llegar a esto y, especialmente, lograr que se mantenga así en el tiempo. Por ello, una estrategia más realista es mantener este número en una proyección que permita que aquellos casos que requieran hospitalización, incluyendo UCI, sean siempre menores a la capacidad instalada, la cual también cambia a medida que haya más expansión en el número de camas y preparación del personal de la salud. Obviamente, este número es dinámico y cambia dependiendo del cumplimiento y la disciplina de las medidas de autocuidado y distanciamiento físico.
Otros indicadores claves de seguimiento a la epidemia son:
Además de estos indicadores de salud, hay otros que evalúan la movilidad y el uso del transporte púbico en las grandes ciudades y, por ende, de manera indirecta, el riesgo de transmisión en una región determinada.
El seguimiento de estos indicadores y su comparación con los de otros países de la región permite evaluar de manera objetiva el impacto de las medidas en Colombia, lo cual contribuye a realizar un buen balance desde el punto de vista sanitario. Resalto especialmente el de la tasa de letalidad, la cual está cerca del 3,3% (234 casos/millón de habitantes vs. 463 en Brasil, 619 en Perú, 333 en Ecuador, 517 en Chile, 391 en México y 483 en Estados Unidos). Ahora bien, estos resultados no son fruto del azar, sino de las medidas tomadas por el gobierno y del sacrificio y disciplina de toda la población colombiana pero, obviamente, si bajamos la guardia, fácilmente puede incrementarse y alcanzar niveles similares a los de los otros países de la región.
Finalmente, ¿qué viene ahora desde el punto de vista sanitario? Lo que debe pasar es que a medida que haya mayor desconfinamiento y reactivación de la economía, debe ocurrir un aumento de casos que, dependiendo de la responsabilidad de todos, puede ser un número manejable por nuestro sistema de salud.
Considero que en la medida que tanto en los hogares como en las empresas y en el transporte público se cumplan las disposiciones descritas, se podrá mantener de una forma razonable la velocidad y la pendiente de la famosa curva a nivel local, regional y nacional. El comportamiento biológico de este virus y de una epidemia es predecible. Salvo que el virus mute y sea menos agresivo, o se encuentre una vacuna o un tratamiento efectivo, vamos a pasar a una fase pospandémica solo cuando se logre que al menos un 50-60% de la población se haya contagiado y recuperado. Para ello falta un tiempo largo y, por esto, lo que tenemos que entender es que en los próximos meses estaremos en la fase CONVID, es decir, convivir con la COVID-19 y el éxito dependerá de cada uno de nosotros, no del azar.